MADRID 15 Nov. (EUROPA PRESS) -

"Francisco Franco Caudillo de España por la Gracia de Dios". Este entrecomillado corresponde a la leyenda que rodeaba la efigie del dictador en el anverso de las monedas de curso legal durante décadas.

Toda una declaración de principios, que cobraba máxima trascendencia en asuntos como la sucesión en la jefatura del Estado.

Franco ocupaba ese cargo desde el 1 de octubre de 1936, por acuerdo de los generales que se levantaron contra la II República el 18 de julio anterior, y que provocó casi tres años de Guerra Civil.

No fue hasta 1947 que una ley franquista establecía que España era un reino y que la Jefatura del Estado podría ser ejercida por una persona designada por Franco. Esa designación se hizo esperar y, no sin vicisitudes, recayó en 1969 'a título de rey' en el infante Juan Carlos, hijo del sucesor dinástico, Don Juan de Borbón --exiliado en Estoril-- y nieto de Alfonso XIII. El dictador pactó con Don Juan educar a Juan Carlos en Madrid, adonde se trasladó en 1948 con solo 10 años.

El 22 de julio de 1969, Franco dejó resuelto su relevo en el poder con el juramento ante las Cortes franquistas de Juan Carlos, que se convirtió entonces en Príncipe de España, que no de Asturias porque Don Juan retuvo hasta 1977 los derechos dinásticos.

"Consciente de mi responsabilidad ante Dios y ante la historia, y valorando con toda objetividad las condiciones que concurren en la persona del Príncipe don Juan Carlos de Borbón, que (...) ha dado claras muestras de lealtad a los principios e instituciones del régimen" y que "reúne las condiciones que determina el artículo 11 de la Ley de Sucesión de la Jefatura del Estado, he decidido proponerlo a la nación como mi sucesor", anunció un emocionado Franco.

"Todo está atado y bien atado", dijo Francisco Franco meses después, en su discurso de Navidad de 1969. Pero el dictador se guardaba un último nudo: la separación de la jefatura del Estado y de la presidencia del Gobierno, que los afectos al dictador vieron como una maniobra para perpetuar las esencias del Régimen después de su muerte.

En junio de 1973, Franco designó como jefe del Ejecutivo al almirante Carrero Blanco --un cercano colaborador del dictador--, lo que hacía pensar que se convertiría en el hombre fuerte del Estado a su muerte y en garante de la perpetuación del franquismo sin Franco.

Sin embargo, esas expectativas se vieron truncadas súbitamente, cuando fue asesinado el 20 de diciembre de 1973 en un atentado perpetrado por ETA en Madrid.

La desaparición de Carrero Blanco tuvo numerosas implicaciones políticas, en un momento en que se hacía evidente la decadencia física del dictador y con ello, el agravamiento de los primeros signos de descomposición del aparato franquista.

Los sectores más inmovilistas salieron reforzados e influyeron para que Franco nombrase a Carlos Arias Navarro como presidente del Gobierno. Pero cesó apenas siete meses después de la muerte del dictador por exigencia del ya rey Juan Carlos I, uno de los primeros hechos clave de la Transición.

Otra vuelta de tuerca en el relevo de Franco llegó el 9 de julio de 1974 el dictador ingresó en un hospital para tratarse una flebitis. El príncipe Juan Carlos asumió la jefatura del Estado de forma interina durante siete semanas, pero Franco decidió retomar el poder pese a su frágil salud, agravada por la enfermedad de Parkinson.

El acto final comenzó en octubre de 1975. Tras sufrir un infarto el día 14 y recibir la extremaunción el 25, fue mantenido vivo mientras se intentaba encontrar una solución para la sucesión de poderes, hasta su fallecimiento el 20 de noviembre de 1975. Juan Carlos asumió poderes interinos el día 30 de octubre y juró como rey ante las Cortes Franquistas el 22 de noviembre.